viernes, 1 de junio de 2007

¿VIVIMOS EN UNA SOCIEDAD PEDERASTA?

A primera vista, la pregunta que planteamos en el título de este comentario puede parecer escandalosa: pues, ¿no es absolutamente obvio que la sociedad occidental contemporánea se horroriza ante el aberrante fenómeno de la pederastia? Y, sin embargo, no resulta demasiado difícil argumentar que la sociedad actual, indirectamente, está fomentando el continuo auge de tal fenómeno. En primer lugar, ve con buenos ojos la circulación masiva de imágenes pornográficas de todo tipo a través de los más distintos canales de difusión: una inundación pornográfica que contribuye claramente a alimentar los más oscuros fantasmas psíquicos, relacionados con el mundo del sexo, en millones de individuos: entre ellos, el de la pederastia. En segundo lugar, el individualismo típico del Occidente actual fomenta cada vez más la figura del sujeto solitario que, en su domicilio y a través de su ordenador, dispone de unos medios antes nunca soñados para satisfacer esas obsesiones sexuales que nuestra sociedad se ocupa concienzudamente de estimular. En tercer lugar, los occidentales de hoy, hastiados de una vida plana y vacía que es consecuencia de una sociedad sin auténticos valores espirituales, buscan experiencias y sensaciones "cada vez más fuertes", "que les den morbo", sobre todo en el terreno del sexo. Y, en cuarto lugar, asistimos desde hace años a una evidente y cada vez más palpable sexualización de la infancia: con frecuencia se viste y se presenta -por ejemplo, en el mundo de la publicidad y en televisión- sobre todo a las niñas de una manera completamente impropia, como pequeñas Lolitas que insinúan sus encantos al espectador voyeurista.

Si conjuntamos estos cuatro factores, no podemos extrañarnos de que un cierto número de individuos lleven a sus últimas consecuencias las tendencias que previamente nuestra sociedad ha estimulado. Nos horrorizamos ante las redes de pederastia en Internet, pero no hacemos más que recoger los frutos que inevitablemente tenían que desarrollarse a partir de las semillas que antes habíamos plantado.

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