Pocos nombres hay actualmente que tanto enfurezcan a la izquierda española como el de Pío Moa: junto con César Vidal, es el principal historiador revisionista de la Guerra Civil. Hace años leí los libros que Moa publicó en Ediciones Encuentro, en los que pude admirar una documentación exhaustiva, una constante ecuanimidad y un rigor argumentativo irreprochable. Los historiadores de la izquierda desprecian y denigran a Moa, pero más con ataques personales que con argumentos y datos verdaderamente convincentes.
Pío Moa ha hecho un importante servicio a la verdad histórica referente a nuestra Guerra Civil. Los historiadores de la izquierda creían que la batalla historiográfico-ideológica en torno a la Guerra Civil la tenían completamente ganada, pero el señor Moa ha tenido la osadía de hacerles frente. Sin embargo, opino que Pío Moa está cometiendo hoy un gran error con el tipo de intervenciones que hace en diferentes medios de comunicación analizando la situación política de la España actual. Bien está que critique al PSOE, a Zapatero y a los nacionalistas en todo lo que estime que están haciendo mal. Pero sus argumentos y su lenguaje resultan demasiado agresivos y carecen de los múltiples matices que, en cambio, sí caracterizan a sus libros sobre la Guerra Civil. Con lo cual -al igual que Jiménez Losantos- facilita el trabajo de descalificación que contra él se realiza desde los medios del grupo PRISA.
Conclusión: Señor Moa, dedíquese a hacer lo que hace bien, que es estudiar el tema de nuestra Guerra Civil. Y, si quiere hablar sobre la España actual, calibre su lenguaje y matice sus argumentos. De lo contrario, le estará haciendo un flaco favor a la derecha española y a un amplio sector de la población que le ha leído y que le admira.
domingo, 29 de abril de 2007
GRANDEZA Y TORPEZA DE PÍO MOA
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Antonio Martínez Belchí
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Etiquetas: César Vidal, grupo PRISA, Guerra Civil, Pío Moa, política española, revisionismo
miércoles, 18 de abril de 2007
EL PRINCIPAL PROBLEMA DE ROSA REGÁS
Se ha cumplido hace unas fechas el primer aniversario desde que Rosa Regás, actual directora de la Biblioteca Nacional, decidiera que la estatua de Menéndez Pelayo, figura señera de la erudición y la crítica histórica y literaria española, no era digna de presidir el vestíbulo de la institución, de la que, por cierto, fue también director.
Ciertamente, se podría discutir con mucha más razón si Rosa Regás es digna de dirigir la Biblioteca Nacional. Su currículum no admite la más mínima comparación con el de don Marcelino: consiste básicamente en haber formado parte de la "gauche divine", tener cierta experiencia editorial en Seix-Barral, haber ganado una vez el Premio Nadal, tener publicadas varias novelas que no pasarán a la Historia de la Literatura y ser una de las niñas mimadas, como articulista y figura pública de la izquierda más cerrada, dentro de "El País" y el grupo PRISA en general. Pero para ser director de la Biblioteca Nacional hace falta algo más. Para empezar, tener un poco más de cultura general (recuérdese su metedura de pata con Barrabás). Una cultura con más fundamento: Luis Racionero o Jon Juaristi sí fueron dignos directores de la Biblioteca. Podrían serlo también, por ejemplo, Sánchez-Dragó, Fernando Savater, Eugenio Trías o Emilio Lledó. Pero no una persona que tendrá, como todas, sus méritos y cualidades, pero sin la suficiente densidad y solvencia cultural.
Pero, con todo, esta carencia no es el principal problema de Rosa Regás. Su principal problema está en su soberbia, en su imprudencia, en su atrevimiento temerario y en su absoluta falta de humildad. Si llegas como directora a una institución que culturalmente te sobrepasa, por lo menos no caigas en una arrogancia de tal calibre como retirar la estatua de Menéndez Pelayo. Pero ya se sabe...: cuando falta la humildad y sobra la ideología, pasa lo que pasa. Con un poco de humildad y sentido común, Rosa Regás se habría dado cuenta de que Menéndez Pelayo está por encima de consignas y tendencias políticas: accedió desde el principio al olimpo de los grandes de la cultura española. De modo que merece, obviamente, el más absoluto respeto. También lo merece Rosa Regás como persona. Pero no tanto como la fanática progre que sigue siendo ni como mediocre directora de nuestra Biblioteca Nacional.
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Antonio Martínez Belchí
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